ARGUMENTO AXIOLÓGICO



ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

III - El argumento axiológico o argumento de la moral.

El bien y el mal, ¿son realidades objetivas válidas para todas las personas en todos los tiempos, o son solo realidades subjetivas, es decir, cuestión de opiniones? ¿Adolfo Hitler fue una mala persona o simplemente tenía una visión diferente de las cosas? La disciplina que estudia la moral y los valores se llama axiología, y deriva del término griego “axios” que significa valor. EI argumento moral, o axiológico, se propone probar que los valores morales deben ser objetivos y universales si han de tener algún sentido. Si los valores morales son objetivos, su origen debe remontarse a un ser personal y trascendente, a quien las acciones y las motivaciones humanas no le son indiferentes. Pueden plantearse argumentos similares basados en el orden moral del universo, más que en su orden físico. Estos postulan que la causa del universo debe ser moral, además de poderosa e inteligente.

El Argumento Moral:
1.      Todos los hombres son conscientes de una ley moral objetiva.
2.      Las leyes morales suponen un Legislador de ellas.
3.      Por lo tanto, debe haber un supremo Legislador moral de la ley.

Este argumento sigue también el principio de la causalidad en un sentido, pero las leyes morales son diferentes a las naturales que ya examinamos. Las leyes morales no describen lo que es, prescriben lo que debe ser. No son sencillamente una descripción de la manera en que se comportan los hombres, ni se conocen observando lo que ellos hacen. Si lo fueran, nuestro concepto de moralidad sería, por cierto, diferente. Las leyes morales nos dicen, en cambio, lo que los hombres deben hacer, háganlo o no. Así que, todo “deber” moral procede de más allá del universo natural. No se puede explicar con nada de lo que sucede en el universo, ni se puede reducir a lo que hacen los hombres en el universo. Trasciende el orden natural y requiere una causa trascendente.


El relativismo
En nuestra cultura, la postura moral predominante es el relativismo. Este sostiene que las sociedades o los individuos deciden qué está bien y qué está mal, y que esos valores varían de una cultura a otra y de una persona a otra. No hay verdades morales objetivas y universales, sino una serie de pautas de conducta creadas por la gente para la gente y, por lo tanto, sujetas a cambios. Se conocen tres formas o expresiones diferentes del relativismo: el relativismo cultural, el convencionalismo, y el subjetivismo ético.

a)      El relativismo cultural
Esta corriente de pensamiento se basa en la observación según la cual diferentes culturas parecen tener principios y valores diferentes, y puesto que todas tienen diferentes sistemas de valores, no puede haber moral objetiva ni un único sistema que sea correcto. El relativismo cultural afirma que debido a que cada cultura se rige por una visión moral particular, y dado que las visiones difieren entre sí, no puede haber moral objetiva.

Al analizar esta línea de pensamiento surgen varios problemas. Una primera dificultad es que la observación de conductas en las diferentes culturas no es más que eso: una observación. En el mejor de los casos, estas observaciones ofrecen una descripción de los hechos. Sin embargo, la moral no es la descripción de las cosas tal como están, sino un conjunto de preceptos que indican cómo deben ser.

Otro problema que se le plantea al relativismo cultural es la premisa que sostiene que si una pregunta tiene varias respuestas posibles significa que no hay una respuesta correcta. Que dos golfistas discrepen con respecto a cuántos golpes dieron hasta llegar al hoyo, no implica necesariamente que uno de ellos está en lo cierto. Puede ser que ambos estén equivocados, o que uno de ellos esté en lo cierto, pero es imposible que ambos estén en lo cierto.

Los autores Francis Beckwith y Gregory Koukl lo expresaron así: “La discrepancia sobre cuestiones morales no nos permite concluir que no hay verdad moral”. Del mismo modo que cada cultura tiene una lengua, expresiones idiomáticas y hasta una jerga que la distinguen del resto, los partidarios del relativismo cultural entienden la moral como un conjunto de pautas de conducta creadas según un modelo propio de cada cultura. Y así corno no puede haber una lengua incorrecta, tampoco puede haber una moral incorrecta. Sin embargo, para sostener este argumento, el relativismo cultural debe presuponer el relativismo, descartando toda posibilidad de moral objetiva.

Por último, supongamos que alguien discrepa con el relativismo cultural. Si los partidarios de este han de ser coherentes, deben aceptar que si existe discrepancia significa que no hay concepción errónea de teoría moral; pero, a la vez, sostienen que hay una concepción correcta: el relativismo moral, y que el resto de las posturas están equivocadas. Como resultado, los seguidores del relativismo cultural no pueden vivir según su filosofía sin caer en la contradicción. Por otra parte, si declaran que la visión contraria a la suya es errónea, eso probaría que no son verdaderamente relativistas.

Por lo tanto, el relativismo cultural no logra ofrecer una explicación válida de moral. Las diferencias en el sistema moral entre una cultura y otra interesan como fenómeno antropológico, pero no alcanzan para explicar el fundamento de la moral.

b)      El convencionalismo

Se aplica este nombre a la corriente de pensamiento que sostiene que cada sociedad decide qué está bien y qué está mal. Al contrario del relativismo cultural, según el cual no hay respuestas correctas e incorrectas, el convencionalismo afirma la existencia de lo correcto y lo incorrecto, pero su definición varía de una sociedad a otra. El criterio de la mayoría determina las normas, y lo moral se iguala con lo legal. Si la concepción convencionalista estuviese en lo cierto, las consecuencias resultarían ilógicas y muy difíciles de poner en práctica.

De todos modos, no necesitamos recurrir a suposiciones absurdas para ver qué ocurriría en una sociedad regida por el convencionalismo. Alemania adoptó esta filosofía en las décadas del treinta y del cuarenta. Así, cuando los nazis declararon que los judíos eran infrahumanos y merecían morir, estos no tuvieron a quién apelar. La ley era la ley; era “moral” por definición. Las voces de protesta de gran parte de la comunidad internacional fueron ignoradas. Después de todo, ¿qué fundamento teman para criticar a la sociedad alemana? El resultado fue la matanza sistemática de seis millones de judíos. La defensa presentada por los nazis en Nuremberg se basó en el convencionalismo. “¿Por qué íbamos a pensar que estaba mal si lo ordenaba la ley?”, declararon durante el juicio. “Solo cumplíamos órdenes”. El convencionalismo posee otra característica que agrava la situación: su incapacidad de cambiar. En los campos de concentración alemanes no solo había prisioneros judíos, también había alemanes que se oponían a las leyes y las políticas del régimen nazi.

Si la sociedad define lo moral y lo inmoral, entonces, una persona que se rebela contra las leyes de esa sociedad es, por definición, un inmoral y un delincuente. Si la sociedad introdujera cambios en la ley, no sería un cambio de inmoral a moral o de injusto a justo; el único cambio posible sería de una norma a otra. No sería mejor ni peor; simplemente diferente. Esta concepción, igual que la anterior, presupone el relativismo, y descarta sumariamente la moral objetiva. Los convencionalistas establecen la moral donde la mayoría dice que debe estar, y su ubicación puede variar si la mayoría decide que debe trasladarse a otro lugar. Además, se considera conducta inmoral aquella que no está orientada hacia ese polo.

En última instancia, el convencionalismo no es cuestión de moral sino de poder. Según de dónde sople el viento, la voluntad de la mayoría decide qué es lo moral. Esta corriente de pensamiento, igual que el relativismo cultural, tampoco logra articular una explicación satisfactoria sobre qué se entiende por moral.

c)      El subjetivismo ético.
Sin duda alguna, la expresión más difundida del relativismo es el subjetivismo ético. Según esta concepción, la decisión de lo que está bien y lo que está mal pertenece al individuo y sólo al individuo. El concepto de moral se personaliza y se diluye, y va cambiando para acomodarse a las circunstancias y ajustarse a la conveniencia. La moral no va más allá de una cuestión de opinión y preferencias personales: “Tu verdad es la verdad para ti, y mi verdad es la verdad para mí”, “¿Quién eres tú para juzgar?” Alister E. McGrath señala esta clase de relativismo que se constata cuando “el significante ha sustituido al significado colocándose como el centro de atención y valor”.

La primera víctima del subjetivismo ético es el lenguaje. Una conversación sobre cuestiones morales y valores carecería totalmente de sentido. Ya nadie podría decir que algo está bien o mal. Lo máximo que podría aventurar sería: “No lo haré porque a mí me parece que está mal” o, “No es lo que quiero ni lo que me gusta”. Un partidario del subjetivismo ético no podría calificar el atentado del 11 de septiembre como malo o bueno. Ninguna cosa podría catalogarse como mala o buena, dado que no hay lugar para la condena ni para el elogio. Un subjetivista ético podría decir que aquellos que arriesgaron sus vidas y sufrieron heridas de consideración mientras rescataban personas del World Trade Center hicieron algo bueno; pero el significado que le atribuiría a “bueno” es muy diferente del que le atribuyen la mayoría de las personas cuando describen esa clase de conductas como “buenas”. Si alguien los contradijera y afirmara “Yo creo que hicieron mal al rescatar a la gente”, su única respuesta sería: “Bueno, ese es su punto de vista; un punto de vista tan válido como el mío”. La verdad es que muy pocas personas se sentirían a gusto con esta postura.

Quizá la falla fundamental de esta concepción está en su inocultable contradicción interna. ¿Toda verdad es relativa? Si se responde afirmativamente, la propia respuesta plantea un dilema, puesto que esa afirmación debería tener validez universal. Y si la concepción relativista no puede aplicarse a todo el mundo, entonces surge otra pregunta ¿por qué el relativista busca imponer su idea de moral en los demás? Como vemos, de un modo u otro, el subjetivismo cae en su propia trampa. Paul Copan señala que la concepción relativista queda atrapada en una “falacia de auto exclusión” al sostener que una afirmación se cumple para todos excepto para ella misma. “Lo que es verdadero para una persona puede ser falso para otra”, es una afirmación que no cumple con su propio criterio de verdad. Pensemos por un momento: aunque una visión del mundo pueda poseer coherencia o lógica interna y aún así, pueda ser falsa, ninguna visión del mundo puede ser verdadera si se contradice a sí misma.

Una manera muy efectiva de poner al descubierto la falta de solvencia del subjetivismo ético es presentar ejemplos de evidente claridad moral que pueden aplicarse a todas las personas en todo tiempo y lugar. “Es inmoral torturar bebés por diversión”, es uno de los ejemplos usados. Si un partidario de la ética subjetivista es confrontado con esta afirmación se vería colocado en la incómoda situación de tener que oponerse a ella. A título personal, puede estar convencido de que no es correcto, pero si afirmara que es incorrecto, dejaría de ser coherente con su postura. Imagine qué clase de personas surgen de este sistema moral. De la misma forma, un subjetivista debería seguir de largo si viera una violación dado que no tiene derecho de condenarla. Después de todo, lo que para él es incorrecto podría ser correcto para el violador. Un subjetivista debería permitir el ingreso de intrusos a su propiedad, debería dejar que los ladrones roben y los pirómanos quemen su casa con la condición de que los intrusos, los ladrones y los pirómanos estén convencidos de que sus acciones son correctas; pero nadie vive de este modo; ¿o acaso ellos sí?

¿Pero qué ocurre con el subjetivismo ético? ¿Qué clase de héroe encarna mejor el modelo según el cual cada ser humano debe definir, por su cuenta, qué está bien y qué está mal? Los héroes del subjetivismo ético no se limitan a la holgazanería, el egocentrismo o el individualismo; el subjetivismo ético vivido de manera coherente produce monstruos sin moral, personas que no sienten necesidad de preocuparse por los demás y que solo se someten a su propio arbitrio sin reconocer otros límites ni aceptar responsabilidad por sus actos. Según la descripción de Beckwith y Koukl: “El relativista por excelencia es un sociópata, un individuo sin conciencia”. Jack el destripador, Charles Manson, Albert Fish (que sirvió como modelo para el personaje Hannibal Lector), Ed Gein (en quien está inspirado el personaje Norman Bates de Psicosis, la película La masacre de Texas, y el personaje Buffalo Bill de El Silencio de los inocentes), son los héroes del relativismo ético.

La moral objetiva
Un principio moral no es una opinión. Los principios morales no son decisiones personales y privadas, ni tienen como cometido describir conductas, sino que prescriben conductas y motivaciones con carácter de mandato. Comprenden un sentido de la obligación y del deber que es universal, tienen autoridad, y están por encima de cualquier consideración cultural, temporal o de lugar. No es preciso recurrir a la ciencia para entender cuáles son nuestras obligaciones morales. La ciencia investiga el mundo físico, recoge datos y extrae conclusiones a partir de los datos recogidos. Las leyes de la ciencia no explican qué debe suceder, sino que se limitan a decir lo que probablemente ocurrirá si se cumplen determinadas condiciones. Las leyes de la ciencia son meramente descriptivas.

La moral no puede estar basada en la descripción del mundo ni puede ser un producto derivado de la razón. Esta nos ayuda a reconocer las contradicciones, no el carácter moral de una proposición. Por ejemplo, si alguien dice “Siempre miento”, nuestro uso de la razón nos indica que es una afirmación paradójica: si es verdadera, entonces es falsa, y si es falsa, entonces es verdadera; pero la razón no nos dice nada sobre si mentir es bueno o malo, o si decir la verdad es una virtud o no. Una manera de llegar al conocimiento moral es por la vía directa, a través del conocimiento intuitivo. Este conocimiento inmediato es importante, porque hay cosas que solo se explican por si mismas; no es necesario investigar los hechos ni aplicar un razonamiento especial. Esto queda demostrado en ejemplos tan claros como: “Es inmoral torturar bebés por diversión”. Nuestra respuesta ante este enunciado no se guía por la razón, y nadie necesita investigar qué es la tortura, qué es un bebé ni qué es la diversión, para adoptar una determinada postura moral sobre el tema. Es obvio; nuestros conocimientos y nuestra intuición nos capacitan para reconocer la veracidad del enunciado.

Es posible demostrar por diferentes caminos que todas las personas, hasta aquellas que se declaran relativistas, creen en una moral objetiva en lo profundo de su ser. Uno de los caminos es a través de ejemplos claros y contundentes, y sin necesidad de recurrir a ejemplos grotescos como la afirmación sobre la tortura. Nuestras conversaciones con otras personas suelen ser una buena oportunidad para plantear el tema de un modo más personal:

Para el relativismo, el individuo es la medida de todas las cosas; cualquiera sea su opinión sobre un cierto tema, se considera que es tan válida y verdadero como la opinión de cualquier otro individuo. Podríamos hallar otra demostración en cuanto a que el relativista espera recibir un trato digno y respetuoso. El objetivista podría preguntar cuál sería el impedimento para insultarlo, menospreciarlo y ridiculizarlo. El relativista debería aceptar el maltrato o no reaccionar si es coherente con su postura. Sin embargo, con toda seguridad, esta persona se opondrá a que lo traten de este modo, porque no puede acallar a su intuición moral que le dice que es incorrecto maltratar a las personas. Una tercera vía para poner al descubierto el objetivismo de un relativista es identificar una de sus pasiones y relativizarla. El relativista deberá traicionar su postura y se opondrá a tales prácticas. Por supuesto, será una reacción justa, pero al oponerse, pone en evidencia el acierto del objetivismo moral: la ley moral no es cuestión de opinión. Así pues, el subjetivismo ético, el relativismo cultural y el convencionalismo, resultan insuficientes para construir una teoría moral. Más aún, el objetivismo aparece como la única concepción de moral coherente y la única que puede llevarse a la práctica de modo consistente.

¿De dónde surge la moral?
A esta altura de la argumentación, toda la evidencia presentada indica que hay muy buenas razones para creer que la moral objetiva existe. Surgen ahora dos interrogantes: “¿Cuál es el origen de la moral?” y “¿Por qué debemos sujetarnos a ella?” Para descubrir el origen debemos analizar las características de la moral:

La moral es un conjunto de normas de conducta y motivaciones; no es una descripción del mundo.
La moral es un conjunto de preceptos, no de sugerencias.
La moral dice "haz esto” y “no hagas aquello”, no dice “sería bueno que hicieras esto y que te abstuvieras de hacer aquello”.
La moral tiene carácter universal; se aplica a todas las personas en todo tiempo y lugar.
La moral es objetiva. El bien y el mal existen independientemente de cuáles sean nuestras creencias y están por encima de ellas.
La moral tiene autoridad. Estamos obligados a obedecer sus preceptos.

¿Qué clase de ser posee estas características? Las normas y los preceptos son formas de comunicación, y la comunicación solo se da entre seres inteligentes. Como escribieron Beckwith y Koukl: “Si nadie habla, no puede haber mandato”.

Además, dado que la moral guarda estrecha relación con los propósitos y la voluntad, su fuente también debe poseer propósito y voluntad. Una vez más, nos encontramos con elementos que solo pueden provenir de un ser inteligente. Como la moral es universal y trasciende a los individuos, las sociedades y el tiempo, su origen debe ser universal y trascendente. Dado que se caracteriza por tener autoridad, debe provenir de una autoridad, y únicamente una persona puede tener autoridad. Por último, esta persona debe tener poder para imponer su voluntad moral sobre nosotros. También debe tener el poder de dotarnos de la capacidad de reconocer esa voluntad moral por medio de la intuición. Por tanto, la moral procede de una persona trascendente que tiene poder y autoridad para imponer una ley moral sobre todos nosotros. A esta persona la llamamos Dios. (Una variante de este argumento se encuentra en la “Cuarta Vía” de Tomás de Aquino para probar la existencia de Dios.) Por tanto, la moral procede de una persona trascendente que tiene poder y autoridad para imponer una ley moral sobre todos nosotros.

Otro indicador de la procedencia u origen de la moral se pone de manifiesto cuando vemos qué ocurre al violar la ley moral. Como seres humanos no solo tenemos la posibilidad de ignorar la intuición y hacer aquello que sabemos que está mal, sino que de hecho lo hacemos en incontables ocasiones. La consecuencia es el sentimiento de culpa.

A veces, sabemos perfectamente quién nos hace sentir culpables. Si le hemos mentido a alguien, nos sentimos culpables frente a la persona engañada. Otras veces, el objeto de nuestra culpa no es tan evidente; por ejemplo, cuando la culpa nace de nuestros pensamientos o motivaciones. En ese caso, ¿quién nos hace sentir culpables? La respuesta está en el “quién” no en el “qué”. Nos sentimos culpables frente a las personas, no frente a objetos. Es difícil imaginar que sintamos culpa ante una ventana rota o a un automóvil chocado, pero es fácil imaginar que la sintamos frente al dueño de la ventana o del automóvil. Además, no solo nos sentimos culpables frente a la persona a quien engañamos o perjudicamos, sino que comprendemos que violamos una ley establecida por alguien (no por algo) y nos sentimos culpables frente a ese “alguien”.

Es lógico sugerir que las leyes morales proceden de un legislador moral, y es precisamente de este legislador de quien deriva la fuerza de la culpa. Si la ley moral es trascendente, universal y reviste autoridad, iguales atributos debe poseer el legislador. Si la moral implica obligaciones, nuestra obligación es para con el legislador. Si la moral es prescriptiva, es el legislador quien instituyó los preceptos. Ahora bien, una persona trascendente, inmutable, moral, revestida de autoridad, que dicta preceptos, y ante quien nos sentimos obligados es lo que llamamos Dios. Sin Él, la culpa es un estado de ánimo pasajero, sin consistencia, y en última instancia, ilusorio.

¿De donde surge la moral de Dios?
Algunos filósofos como Platón se preguntaron si Dios es el fundamento de toda moral. Una primera posibilidad es que la moral no sea otra cosa que la opinión de Dios, o su propio arbitrio. Esto significaría que las cosas son buenas o malas simplemente porque Dios dice que lo son, y que lo que es bueno bien podría haber sido declarado malo. Por consiguiente, los preceptos morales son arbitrarios y no tienen fuerza ni pueden imponer obligación real. Otra posibilidad es suponer que Dios conoce el bien, porque la bondad tiene existencia fuera de Él. Esto implicaría que Dios da cuenta de sus actos ante una ley fuera de Él. Según esta visión, Dios no sería soberano y sería muy diferente del Dios que se reveló a través de la Escritura. La moral tendría una procedencia impersonal, lo cual equivaldría a perder el atributo de la autoridad. En cualquier caso, la postura objetivista se encuentra en una situación dificil. ¿Será así? ¿Serán estos los dos únicos escenarios posibles?

Existe una tercera posibilidad que da respuesta a ambas objeciones y demuestra que el objetivismo moral es absolutamente coherente. Esta explicación dice que la bondad es reflejo de la naturaleza de Dios. La bondad no está fuera de Dios ni tiene autoridad sobre Él; mas bien, todo aquello a lo que llamamos bueno pertenece a la naturaleza de Dios. Sus preferencias son una extensión de su naturaleza, no una decisión arbitraria. Como su naturaleza no cambia, el fundamento de la moral es la propia naturaleza de Dios.


¿Qué ocurre cuando dos sistemas morales están en conflicto?

En realidad, la mayoría de los conflictos morales tienen muy poco que ver con la moral. De hecho, cuando se investigan los sistemas morales de diferentes culturas y religiones se ve que existe amplio acuerdo con respecto a cuestiones de moralidad. En esencia, los conflictos suelen ser controversias fácticas. Cuando surge un conflicto genuino entre obligaciones morales contrapuestas, las situaciones deben resolverse caso por caso. Probablemente, veremos que en cada caso, los principios morales siguen un orden jerárquico, y siempre parece existir la posibilidad de escoger entre un bien mayor o un mal menor. Por ejemplo, imagine que un hombre armado toma como rehén a su bebé y amenaza con matarlo si usted no roba dinero del banco y se lo entrega. Robar está mal, pero matar a un bebé es un mal mucho más atroz. Nuestra capacidad de reconocer esta jerarquía nos permite saber qué debemos hacer.

Conclusión:
En conclusión, el relativismo moral no puede presentarse como un sistema moral, sino simplemente como un conjunto de opiniones. Estas opiniones no suponen sentido de autoridad ni del deber y pueden cambiar en cualquier momento. Resulta evidente que a pesar de que muchos dicen adherir a esta filosofía, nadie la pone en práctica en su vida. Como señala Paul Copan:

“El relativismo no solo resulta ofensivo desde la perspectiva de lo emocional, sino que carece de lógica interna. No es sustentable como cosmovisión. El relativismo ofrece un sistema moral para situaciones ideales, pero tan pronto una persona es víctima de una injusticia, de inmediato vuelven a creer en los absolutos morales.”
El objetivismo es la única concepción de moral coherente. Únicamente en el marco del objetivismo tienen sentido nuestras experiencias, nuestra percepción de las leyes y de la sociedad, nuestra intuición y sentimientos de culpa. Es la única concepción moral que podemos poner en práctica de manera consistente. Y esta concepción apunta claramente hacia lo existencia de un Dios personal, trascendente y poderoso.




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