La Apologética en la Biblia.

LA APOLOGÉTICA EN LA BIBLIA.


Hay creyentes que desconfían de la apologética y se oponen a ella porque temen que al presentar un cristianismo racional ya no habrá lugar para la fe. Este enfoque nace de una comprensión equivocada del significado de la palabra «fe». La palabra que se traduce «fe» y «creencia» en el Nuevo Testamento es pistis. Este término comprende una serie de ideas, todas asociadas a la acción de confiar de manera decidida y comprometida.

Lawrence O. Richards, señala: “Pistis y sus derivados hacen referencia a relaciones establecidas a partir de la confianza y preservadas por la fiabilidad”. Confiamos en algo cuando tenemos razones para confiar y evidencias que justifican y respaldan nuestra confianza.

Una afirmación no es verdadera por el simple hecho de que creamos en ella ni deja de serlo porque no creamos. Primero, evaluamos qué evidencias y razones respaldan esa verdad; luego, analizamos esas evidencias a fin de decidir si las afirmaciones tienen fundamento sólido; y finalmente, llegamos a confiar; llegamos a la experiencia de fe basándonos en el peso de la evidencia.

La fe no es tener esperanzas o deseos, ya que estos tiene también la gente que sostiene creencias absolutamente incompatibles con el cristianismo. La diferencia radica en cómo evaluamos tanto la evidencia que sustenta nuestra posición como la que sostiene la de los demás. La fe es fruto de la investigación y de la voluntad, y la razón es su fundamento y su columna vertebral, no su enemigo.

Por otra parte, creer en algo sin haber reflexionado sobre ello y sin analizarlo seriamente no es un acto de fe; es una necedad. Creer algo sin el respaldo de la evidencia o la razón no es una virtud, como sostienen algunos. El punto central del cristianismo no es que tengamos fe, ya que eso no lo diferencia en nada de las otras religiones o cosmovisiones. Si el único objetivo fuera tener fe, todos seríamos salvos pues toda persona cree en algo. Ese no es el punto; la fe no es el objetivo. Lo que verdaderamente distingue una religión de otra es el objeto de la fe. Lo que realmente importa es el contenido de la fe. Y es el contenido de la fe lo que debernos investigar para luego decidir si lo aceptamos o lo rechazamos.

La apologética cristiana no es una práctica novedosa ni anti-bíblica. Ella responde no solo a un modelo dado en el Nuevo Testamento sino a un mandato del Señor. El término griego apología, del cual deriva la palabra apologética, significa “defensa” en el sentido de hacer una defensa legal o exponer los argumentos a favor de algo. En el Nuevo Testamento se le traduce defensa o vindicación:

“Hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros” (Hch. 22:1).

“Y es justo que yo sienta esto de todos vosotros, porque os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.” (Fil. 1:7).

“Sabiendo que he sido designado para la defensa del evangelio” (Fil. 1:16b).

“Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo, se avergüencen de sus calumnias.” (1 P. 3:15-16).

Pablo y su discurso en Atenas (Hechos 17:22-34)

Pablo argumentó a favor de la fe de dos maneras. En primer lugar, se dio cuenta de que tenía algo en común con la audiencia puesto que ellos contaban con un sistema de creencias religiosas. El problema, según Pablo, no era que no creían en nada sino que creían en algo falso. Tenían una cosmovisión religiosa pero con muchos huecos. Como Pablo conocía los errores mayúsculos de su sistema religioso, argumentó a favor del cristianismo presentándolo como un sistema de creencias en el cual el poder creador y sustentador del universo es coherente con la idea de justicia que predominaba en la sociedad griega.

En segundo lugar, Pablo basó su argumentación en hechos que podían ser investigados por cualquier persona que estuviera interesada. Sabía que si el cristianismo era verdad, debía sustentarse en hechos. Pablo encontró el punto de contacto entre los aspectos: histórico, físico y temporal de la vida de Jesús. Jesús fue una persona real que hizo y dijo determinadas cosas en un tiempo y un lugar determinados. Era posible encontrar a los que fueron testigos de la vida y las enseñanzas de Jesús para interrogarlos al respecto. La realidad de Jesús (su historicidad) es el fundamento del cristianismo. Sin ella, no hay cristianismo. Pablo estaba tan convencido de este fundamento que llegó al extremo de señalar la afirmación más vulnerable de la fe cristiana (1 Corintios 15:12-19)

Suponiendo que Jesús no vivió, no hizo ni dijo todo lo que los apóstoles afirman, entonces el cristianismo sería una falsedad. Si existiera una mejor explicación para la resurrección, los cristianos perderían el tiempo. Al señalar este punto “vulnerable” del cristianismo, en realidad, Pablo señaló su punto fuerte. Tan convencido estaba de la historicidad y de lo verificable de la resurrección (el acontecimiento que confirmó lo afirmado por Jesús), que explicó cómo probar que era una falsedad, casi como si se tratara de un desafío. Las afirmaciones del cristianismo se pueden investigar y se pueden poner a prueba. Este desafío no tiene paralelo en otras religiones; ningún otro texto sagrado explica cómo destruir sus propias afirmaciones.

Los padres de la iglesia dieron muestras de comprender la importancia del carácter histórico de Jesús al redactar el Credo Niceno, el credo universalmente aceptado por la iglesia. Este dice: “Fue crucificado por nuestra causa bajo Poncio Pilato, y padeció, y fue sepultado”. ¿Por qué mencionar a Poncio Pilato? ¿Qué doctrina se basa en él? La respuesta es fácil: ninguna; no hay ninguna doctrina basada en Pilato. Se lo nombra con el único propósito de recordarnos que se trató de hechos reales vividos por una persona real en un tiempo histórico determinado.

Muchos críticos del Nuevo Testamento comprendieron esto y lo convirtieron en objeto de ataque diciendo que Pilato nunca había existido, y que fuera del Nuevo Testamento, no había evidencias que probaran esto. La situación cambió en 1961 a raíz de un descubrimiento arqueológico en Cesarea. Un equipo de arqueólogos italianos que realizaba una excavación en el teatro de la ciudad encontró una piedra, procedente de otro lugar, que había sido colocada allí durante una remodelación. La piedra tenía una inscripción parcialmente legible con los nombres de Tiberio y Poncio Pilato, además del título de Prefecto de Judea. A partir de allí, la historicidad de Poncio Pilato dejó de ser cuestionada.

Jesús mismo hizo clara referencia a la importancia de desarrollar nuestra capacidad intelectual al citar el gran mandamiento del libro de Deuteronomio. En Mateo 22:37, Jesús expresó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». La vida cristiana es un equilibrio entre el intelecto, las emociones y la experiencia. En Dios se concentran los tres; en Dios se fundamenta la razón y es Él quien da coherencia y sentido al mundo.

Es preciso hacer dos aclaraciones con relación al uso de la apologética. Primero, el objetivo de la apologética cristiana no es ganar una discusión a toda costa. Es posible salir victorioso en la argumentación, pero hacerlo de tal modo que acabemos dando una imagen negativa del amor y la gracia de Jesucristo. Los cristianos deben proclamar la verdad en el mundo, y la apologética es una de las maneras en que los creyentes pueden hacerlo. Y en su calidad de agentes de Dios, los cristianos deben proclamar la verdad en amor. A veces esto requiere saber presentar buenos argumentos.

Segundo, la salvación de las personas es obra del Espíritu Santo; la tarea del cristiano es dar testimonio de la verdad. Ningún apologista logrará que las personas entren al Reino gracias a sus argumentos. La mayor parte de la actividad apologética cristiana se lleva a cabo en conversaciones informales de todos los días, no en aulas ni en mesas de debate que pueden parecer distanciadas de las cuestiones personales relevantes. Es en este tipo de conversación que intercambiamos ideas y tratamos de comprender los problemas que la vida nos plantea. Y es precisamente para este tipo de conversación espontánea que los cristianos deben estar preparados.

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