Argumento Teleológico


ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS.

II - El argumento teleológico o argumento a partir del diseño.

Imagine que va caminando por un bosque y encuentra un reloj en el suelo. ¿Qué es lo primero que le vendría a la mente? ¿Pensaría que una combinación de factores aleatorios a lo largo del tiempo dio como resultado la formación de un reloj que luego brotó de la tierra? ¿Se le ocurriría que por obra del azar pequeños trozos de metal desperdigados llegaron a unirse entre sí de tal manera que produjeron un objeto de gran utilidad? ¿Que se formó un resorte sin propósito aparente y, por casualidad, se encontró con un engranaje que también se había formado sin ningún propósito, y que luego se unieron, accidentalmente, con otros resortes y engranajes, hasta que finalmente formaron un instrumento preciso y funcional que sirve para medir el tiempo?

No, claro que no. Lo primero que pensaría es que ese reloj se le cayó a alguien. Esto se debe a que sus características hablan, a las claras, de un mecanismo que fue diseñado. La precisión y la finalidad del mecanismo denotan un propósito, un plan. Debió existir una inteligencia superior que concibió la idea del reloj y de sus mecanismos, y luego lo creó.

Esta analogía, que suele usarse para ilustrar el argumento del diseño, intenta demostrar que al observar la naturaleza, sea en sus expresiones más pequeñas (como una célula o una proteína) o en gran escala (un organismo complejo o incluso, el universo), vemos en ella precisión y finalidad, un propósito, un plan. A partir de esa observación, inferimos que debe haber una inteligencia superior detrás de todo lo que existe. Así como toda huella digital es el resultado del contacto entre un dedo de una persona y una superficie, el propósito y la finalidad son producto de una mente que actúa, y no fruto del azar.

El nombre formal del argumento del diseño es “argumento teleológico”. Telos es una palabra griega que significa “propósito” o “fin”. La teleología estudia el propósito o diseño (plan o proyecto) de las cosas. Este argumento es anterior al cristianismo. Los antiguos griegos como Platón y Aristóteles argumentaban a favor de la existencia de Dios a partir de su observación de las estrellas. En el siglo XIII, Tomás de Aquino lo utilizó como una de sus “Cinco Vías”. Sin embargo, la articulación probablemente más conocida se encuentra en la Teología Natural publicada por William Paley en 1802. En los últimos años, el argumento del diseño fue rebautizado con el nombre de “Diseño Inteligente” (ó DI). Figuras destacadas como Michael Behe, Philip Jonson, William Dembski y Hugh Ross recurrieron a los más recientes descubrimientos y avances de la ciencia para presentar el argumento del diseño en términos absolutamente contemporáneos. Este argumento razona a partir de un aspecto específico de la creación, para ir luego al Creador que lo puso ahí:

Argumento a partir del propósito o diseño:
1) Todo diseño implica un diseñador.
2) Hay un gran diseño en el universo.
3) Por lo tanto, debe haber un Gran Diseñador del universo.

Conocemos la primera premisa por experiencia. Cada vez que vemos un diseño complejo sabemos que provino de la mente de un diseñador. Siempre tenemos esa expectativa porque la vemos ocurrir una y otra vez. Esa es otra manera de establecer el principio de causalidad. Además, mientras mayor el diseño, mayor su diseñador. Los castores construyen represas pero nunca han hecho alguna similar a las creadas por el ser humano. Mientras más complejo el diseño, mayor la inteligencia requerida para producirlo.

Existe una diferencia entre los patrones sencillos y el diseño complejo. Los copos de nieve o los cristales de cuarzo tienen patrones sencillos, repetidos una y otra vez, pero debidos completamente a causas naturales. Mientras tanto, el lenguaje comunica información compleja, no la misma cosa una y otra vez. El diseño al que se refiere este argumento es uno complejo y no simples patrones. El diseño que captamos en el universo es complejo. El universo es un intrincado sistema de fuerzas que obran en conjunto para el beneficio integral del todo. Una sola molécula de ADN lleva la misma información que un tomo de una enciclopedia. Nadie que vea una enciclopedia tirada en un bosque, dudaría en pensar que tuvo una causa inteligente, de modo que cuando encontramos una criatura viva compuesta de millones de células construidas por ADN, debemos presuponer que de igual manera, tiene una causa inteligente detrás.

Algunos objetan este argumento basándose en el azar. Dicen que cuando se lanzan los dados, se puede presentar cualquier combinación. Sin embargo, esto no es muy convincente por varias razones. Primero, el argumento del diseño no es un argumento a partir del azar, sino del diseño mismo, el cuál sabemos que tiene una causa inteligente según nuestras observaciones repetidas. Segundo, la ciencia se basa en la observación repetida, no en el azar, por lo cual esta objeción al argumento no es científica. Finalmente, aunque hubiera un argumento aleatorio (probabilístico), las posibilidades indican que es mucho más probable que haya un diseñador. Se ha calculado la probabilidad de que una sola célula animal surgiera por pura casualidad en 1 en 1040000. La probabilidades de que un ser humano, infinitamente más complejo que una célula, surja del azar son demasiado bajas para calcularlas. La única conclusión razonable es que existe un Gran Diseñador tras el diseño del mundo.


Ejemplos de evidencias del argumento:
El argumento teleológico ha sido usado de diversas maneras como explicación a favor de la existencia de Dios. Se ha señalado el orden, la información, el propósito, la complejidad, la sencillez, el sentido y la belleza como algunas de las evidencias del diseño del universo. A continuación se analizarán tres ejemplos de estos argumentos.


a) El orden como diseño: El ajuste fino del universo o principio antrópico:
Los científicos han comprobado que el universo se caracteriza por un enorme grado de precisión. De hecho, el grado de precisión es tan alto que una mínima modificación de algunos parámetros destruiría la vida tal como la conocemos. Esta precisión ha llevado a varios científicos a proponer un argumento basado en el orden, según el cual, el universo fue diseñado para albergar la vida. El principio antrópico o de ajuste fino, posee dos tipos de parámetros: uno para las características del universo, y el otro para las características del sistema sol–planeta–luna. En su libro “The Creator and the Cosmos” [El Creador y el cosmos], el físico y astrónomo Hugh Ross enumera 25 parámetros, cada uno de los cuales debe cuadrar dentro de un campo muy estrecho a fin de que la vida sea posible. Entre estos parámetros se encuentran:
  • Constante de la fuerza nuclear fuerte.
  • Constante de la fuerza nuclear débil.
  • Constante de la fuerza gravitatoria.
  • Constante de la fuerza electromagnética.
  • Relación entre la constante de la fuerza electromagnética y la constante de la fuerza gravitatoria.
  • Relación entre la masa del electrón y la masa del protón.
  • Relación entre la cantidad de protones y la cantidad de electrones.
  • Velocidad de expansión del universo.
  • Nivel de entropía del universo.
  • Densidad de masa del universo.
  • Velocidad de la luz.
  • Edad del universo.
  • Uniformidad inicial de la radiación.
  • Constante de estructura fina.
  • Distancia media entre estrellas.

¿Qué ocurriría si alguno de estos parámetros se saliera del estrecho rango que es propicio para la vida? Consideremos la velocidad de expansión del universo, por ejemplo. Si la velocidad de expansión fuera superior a uno en 1055,  no habrían podido formarse las galaxias; si la velocidad de expansión fuera inferior a uno en 1055, el universo habría colapsado antes de que las galaxias hubieran llegado a formarse. Sin galaxias, no se habrían formado las estrellas, sin estrellas, no se habrían formado los planetas, y sin planetas, no habría vida. El asombroso equilibrio y la precisión puestos de manifiesto en cada uno de los parámetros arriba mencionados revelan un orden que apunta hacia alguien que lo estableció, un ser que diseñó el universo con un propósito determinado.


b) La información como diseño: El ADN.
Para comprender este enfoque del argumento es necesario conocer las diferentes clases de orden. Existe un orden que es producto del azar o de factores aleatorios, pero hay otra clase de orden que únicamente puede explicarse a partir de un diseño inteligente. Aclaremos algunos conceptos

Orden específico: Es simplemente una secuencia de información que se repite. Esta clase de orden se presenta en forma natural y está presente en los cristales, el nailon, o los copos de nieve, por citar algunos ejemplos.

Complejidad no específica: Es aquella que no se repite y es aleatoria. También se presenta en forma natural; el ulular del viento o la forma de una roca son buenos ejemplos.

Complejidad específica: Es aquella que no se repite y no es aleatoria. No se presenta en forma natural. En contraste con el oscilar del viento o la forma de una roca, ejemplos de complejidad específica serían la música o una estatua. La forma de una roca está determinada por las leyes de la naturaleza que influyen sobre ella según su circunstancia. No existe otra posibilidad de determinar su forma. Sin embargo, una escultura puede tener cualquier forma que el escultor imagine. No está determinada; es contingente. La oración que Ud. está leyendo en este momento es un ejemplo de orden de complejidad específica. La manera de reconocer la complejidad específica es comprobar si es contingente. Según William Dembski  “La contingencia es la característica primordial de la información”.

Si alguien le preguntara si este documento contiene información, Ud. debe tener claro que no la hay, pues no hay información en esta ni en ninguna otra página en el mundo. Lo único que hay en este documento son símbolos (aunque siguen un orden determinado). Ud. podría tener amplios conocimientos sobre el proceso de impresión y saber todo lo necesario sobre el papel y la composición química de la tinta y, sin embargo, desconocer por completo qué dice un texto impreso. Si la información fuera una propiedad de la página, no sería necesario aprender a leer; bastaría mirar la página para que la información llegara directamente hasta nuestro cerebro.

Entonces, ¿qué es la información? Es comunicación entre seres inteligentes; pero para que dos seres puedan comunicarse deben tener un lenguaje común, y ese lenguaje debe existir y ser comprendido antes de cualquier intento de comunicación. Por ejemplo, debe existir el lenguaje de la escritura musical (pentagramas, notas, valores) antes de cualquier intento de ejecutar o escribir música. La música puede estar en la mente del compositor, pero no podrá comunicarla si desconoce la notación convencional.

Un lenguaje es un conjunto de signos y un conjunto de convenciones que regulan el uso de esos signos. Un signo representa un objeto intangible. Por ejemplo, el número «1» no es realmente el «número l» sino un signo o símbolo que representa el «número 1», el cual no es un ente físico. No hay letras reales en este texto, sino signos que representan letras. En español, los signos son A, B, C, ... , X, Y, Z. Como los números y letras no son entes físicos, no tienen apariencia ni ocupan un lugar en el espacio, por lo tanto, necesitamos signos para representarlos. Para cada signo se ha establecido una convención o una manera de usarlo. La letra “A” tiene determinados usos que permiten combinarla con otros signos para formar palabras. Luego, esas palabras se combinan para formar oraciones, y así sucesivamente. Lo fundamental es comprender que las reglas del lenguaje se establecieron antes de que pudiéramos usarlas para comunicarnos, aun cuando se tratara de una comunicación muy rudimentaria. Por consiguiente, si estuviera tomando sopa de letras y las letras formaran la frase “TE AMO”,  Ud. sabría de inmediato que no es un mensaje proveniente de otro ser, y que la sopa no le está declarando su amor. Igualmente, si visitara una montaña y viera la palabra “JUAN” grabada en la pared del cañón y supiera que la inscripción fue obra de la acción del viento y el agua; también sabría que esa inscripción no contiene información. En realidad, ni siquiera diríamos que es español, sino garabatos grabados en la roca que se asemejan al sistema de signos y convenciones del español; pero sería una semejanza sin ninguna intencionalidad y, por lo tanto, no habría mensaje ni comunicación.

¿Y qué sucedería si reuniéramos un grupo ilimitado de monos provistos de máquinas de escribir? Sí no les impusiéramos límite de tiempo, ¿podrían llegar a escribir Hamlet? No. Aun en el caso de que llegaran a acertar con una secuencia de letras exactamente igual a la de Hamlet, no sería Hamlet; sería una secuencia de letras semejante a la de Hamlet, pero desprovista de información. La explicación es que las acciones de los monos no responderían a una intención; no existe un uso real del lenguaje sino solo de sus signos, y esos signos están vacíos de significado.

En los últimos años, el avance en el conocimiento del ADN ha dado nuevo impulso a los partidarios del argumento del diseño basado en la información. De hecho, sabemos que almacena y recupera información, corrige los errores que se producen en la replicación, contiene información repetida o redundancias, de modo que si un gen muta se lo puede suprimir sin causar daño, contiene superposiciones de secuencias génicas, proporcionan información para más de una proteína, se le puede expresar en términos matemáticos (es digital), y alberga igual cantidad de información que un volumen regular de una enciclopedia. Sin embargo, como acabamos de ver, la información no es intrínseca a los objetos físicos que surgen de manera natural.

Así corno un sonido es un agente que transporta signos y convenciones del habla para hacer posible la comunicación, el ADN no es otra cosa que un agente que alberga un conjunto de signos que se usan para transmitir y almacenar la información necesaria para que el cuerpo se desarrolle y funcione. Sin embargo, para que el ADN sea de utilidad, debe existir un lenguaje preestablecido. El código genético debió existir antes que el ADN y debió originarse fuera de él. La información no surgió del ADN mismo, así como la sopa no puede formar la frase “TE AMO”. La mejor explicación para la información contenida en el ADN es que un ser inteligente cargó esa información allí.

La principal objeción a esta conclusión es el supuesto de que todas las cosas son fruto de fuerzas aleatorias, no direccionales. Esta manera de ver e interpretar el mundo se conoce como naturalismo; pero como hemos visto, esta interpretación es deficiente a la hora de explicar cómo el ADN llegó a ser portador de toda esa información y cómo se originó el lenguaje genético. Según Dembski, “Ningún algoritmo ni ley natural posee la capacidad de producir información”. La información requiere un informante, alguien que organice las cosas de determinada manera a fin de comunicar contenidos específicos.


c) La complejidad como diseño: La complejidad irreductible
El argumento de complejidad irreductible afirma que algunas cosas son tan simples como sea posible y aun así, funcionan. El bioquímico Michael Behe lo explica de la siguiente manera:

Un sistema de complejidad irreductible no se puede producir en forma directa (es decir, por un continuo mejoramiento de la función inicial, que siga operando a través del mismo mecanismo) por medio de leves y sucesivas modificaciones de un sistema precursor, porque cualquier sistema precursor aplicado a un sistema de complejidad irreductible al que le falta una parte, por definición, sería no funcional”. 

En otras palabras, todas estas cosas debieron ser creadas, no pudieron haber evolucionado por obra del azar o de fuerzas carentes de dirección. Para ilustrar su argumento, Behe utiliza como ejemplo las trampas para ratones. ¿Es posible quitar alguna de las piezas y seguir teniendo una trampa funcional? La respuesta es que no se puede prescindir de ninguna pieza sin inutilizar el mecanismo. El origen no fue un trozo de madera que atrapó a algunos ratones, que luego sufrió una mutación e incorporó un resorte que le permitió atrapar otros cuantos ratones, y que más tarde, mediante una adaptación, incorporó el martillo con el cual atrapó un número mayor de ratones. La ratonera está formada por componentes individuales que separados del conjunto pierden toda utilidad. A la vez, si se quita uno solo de esos componentes, el mecanismo resulta inservible. La trampa para ratones no es el producto de sucesivas etapas de desarrollo; no pudo haber evolucionado. En primer lugar, la concibió una mente y luego, la creó un agente inteligente con poder y voluntad para actuar. Las implicaciones de todo esto son enormes. Si existen ejemplos de complejidad irreductible en biología, entonces, la macroevolución, la idea que la evolución explica el origen de la vida y que las especies evolucionan de una clase a otra debe ser falsa.

Esto es precisamente lo que plantea Behe en su libro “La caja negra de Darwin” y lo hace mediante ejemplos tales como el cilio, el flagelo bacteriano, la coagulación de la sangre, las células animales y los anticuerpos, entre otros. A pesar de que todos ellos se encuentran entre los mecanismos biológicos más básicos conocidos, Behe argumenta que cada una de estas máquinas biológicas es irreductiblemente compleja, y que cada uno de los componentes de estos mecanismos también es irreductiblemente complejo e inútil separado del todo.

Por ejemplo, el flagelo bacteriano es un componente de la bacteria, con forma de látigo, que le permite a esta moverse como si se tratara de un motor fuera de borda, salvo que este motor tiene refrigeración por agua, una junta universal, marcha adelante y marcha atrás, alcanza velocidades de 100.000 rpm, y puede ensamblarse y repararse a sí mismo. Da muestras de una economía de construcción y una precisión tales que no se pueden explicar a través de la evolución. La explicación mucho más acertada es que fue diseñado y creado por un diseñador inteligente.

Otra máquina biológica que se usa para ilustrar el concepto de complejidad irreductible es el ojo humano. El ojo tiene más de 40 componentes, cada uno de los cuales contiene una cantidad de subcomponentes. Si hay una falla en cualquiera de los componentes, la visión resulta afectada. Una vez más, la precisión y la economía del sistema necesarios para asegurar la visión delata la presencia de un diseñador.

Aceptemos, como hipótesis, que el ojo efectivamente evolucionó como resultado de procesos aleatorios. ¿Qué obtendríamos? Una interfaz sin receptor, similar a un teclado que no está conectado a una computadora. Después de todo, así como no es posible ingresar información a una computadora si no está conectada a un teclado, de manera similar, la visión no es visión si no hay un cerebro que reciba la señal. El ojo debe estar conectado al cerebro. ¿Pero cómo sabe el ojo dónde está el cerebro, qué es un cerebro o siquiera que tal cosa existe? ¿Cómo sabe que se necesita un cerebro para que el ojo resulte útil? ¿Y cómo logró conectarse correctamente al cerebro? ¿Por qué no se conectó a la nariz o a la rodilla? Y aun cuando se hubiera conectado correctamente al cerebro (todo un logro dadas las múltiples partes y funciones de este), ¿cómo llegó a usar un lenguaje que el cerebro pudiera comprender, y viceversa? Comprobamos, una vez más, que necesariamente la creación del lenguaje precedió y fue independiente de la existencia de los objetos que utilizarían ese lenguaje. Y nuevamente, concluimos que la mejor explicación es la intervención de un diseñador inteligente. El ojo no pudo dirigir ni organizar su propio desarrollo.

Los diferentes enfoques del argumento del diseño tratan de probar una misma cosa: que el naturalismo solo puede explicar una parte de los hechos y al llegar a cierto punto, su capacidad de dar respuestas se agota. La precisión del universo, la naturaleza de la información, y la observación que nos lleva a ver que la complejidad de los seres vivos no puede explicarse a partir de fuerzas aleatorias, no direccionales, son todos elementos que apuntan a un diseñador inteligente, trascendente y personal.



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