Componentes del conocimiento
COMPONENTES DEL
CONOCIMIENTO
Algunos
podrían preguntarse por qué dedicar tanto tiempo y esfuerzo a cuestiones como
la verdad y el conocimiento. Sería más agradable limitarse a darlas por
supuestas y concentrarnos en asuntos más concretos. Sin embargo, la posibilidad
misma de conocer la verdad es una objeción importante esgrimida contra el
cristianismo. Solo un correcto análisis de cómo opera realmente el conocimiento
nos permitirá vencer lo que, de otro modo, se convertiría en una batalla de
vaguedades y generalizaciones.
Cualquier
método para investigar la verdad y el conocimiento se engloba bajo el término “epistemología”.
Vamos a describir cuatro importantes componentes del conocimiento. Casi
toda nuestra labor de justificar las creencias incluirá uno o más de ellos. La
dificultad es que en diversos momentos de la historia las personas han
recurrido a uno u otro de estos componentes como única razón para justificar la
verdad cristiana. Lamentablemente, estos intentos no fueron del todo eficaces. El
conocimiento necesita un abordaje más completo, que tenga en cuenta diversos
sistemas y cosmovisiones. Por el momento, nos concentraremos en los cuatro
componentes, a saber:
1) Autoevidencia
2) Racionalidad
3) Información
sensorial
4) Aplicabilidad
Para
cada uno de estos cuatro componentes se mostrará su importancia para el
conocimiento en general, cómo se usaron como argumento casi exclusivo para
justificar la creencia religiosa, y las limitaciones de estos argumentos.
1) Autoevidencia
Aceptamos
que muchas creencias son verdaderas porque son evidentes por sí mismas. Esto
significa que ni siquiera tendría sentido que intentáramos encontrarles una
justificación. Basta con entenderlas para saber que son verdaderas. Estas
creencias incluyen proposiciones analíticas, creencias básicas y el conocimiento
proveniente de la experiencia sensorial inmediata.
Proposiciones
analíticas. Estas proposiciones son verdaderas por el simple hecho del
significado de las palabras utilizadas. Por ejemplo, “un círculo es redondo”.
Si entendemos el significado de «círculo», será evidente que esta oración debe
ser verdaderas. Es autoevidente en la medida que conozcamos el idioma. Lo mismo
sucede con las creencias básicas. No puedo aportar una prueba
convincente del hecho de mi existencia, ni de que tengo un pasado significativo
(es decir, que ni el mundo ni mi memoria comenzaron a existir hace apenas un
segundo) ni de que la vida vale la pena. Las acepto sin reservas como
verdaderas. También diría que todo el que dudara de ellas tiene un problema que
elude la mera curiosidad intelectual. No son proposiciones analíticas; negarlas
no implica una contradicción lógica inconcebible, pero no tiene ningún sentido
rechazarlas. Son parte integral de las creencias de cualquier persona racional.
Son básicas, son autoevidentes.
También
derivamos gran parte de nuestro conocimiento de la experiencia sensorial
inmediata. Supongamos que yo
tengo un dolor de cabeza y estoy en un restaurante. Ahora suponga que la
persona sentada a mi lado me pidiera que le demostrara que tengo un dolor de
cabeza. Lo tengo, lo siento, estoy seguro de que me duele. Sin embargo, no
puedo aportarle a nadie ninguna prueba de que tengo este dolor de cabeza. Lo
que es cierto para los dolores de cabeza es también probablemente cierto para
otras sensaciones que experimentamos, si bien debemos ser cautos, ya que
nuestras mentes tienden a catalogarlas como creencias, conceptos y actitudes.
No obstante, parecería haber un tipo de sensaciones, como la percepción de los
colores, el hambre o la felicidad, que nos resultan innegables cuando están presentes.
Alguien podría dudar de nuestras razones para pensar que sentimos lo que
sentimos, pero cuando tenemos esas experiencias, nosotros no dudamos de ellas.
Son autoevidentes.
La
autoevidencia es un ingrediente esencial del conocimiento humano. La
cuestión ahora es si la autoevidencia es razón suficiente para explicar las
creencias religiosas. Algunos opinan que sí. Se pueden mencionar dos categorías.
La
primera es el misticismo, o la experiencia personal directa. Una
persona religiosa podría afirmar que, así como no se puede dudar de la
experiencia directa de los sentidos, tampoco podemos dudar de la experiencia
directa de Dios. A veces, es válido calificar de “mística” una experiencia no
mediada de
Dios.
En una experiencia mística, la persona siente que ha tenido una comunicación
directa con Dios. En dichas circunstancias, no tendría sentido exigir pruebas
de la existencia de Dios, mucho menos intentar
probarla, ya que sería lo mismo pedir probar el dolor de cabeza. Para los
místicos que sienten la presencia de Dios, Su existencia es autoevidente.
La
segunda categoría es que Dios es una creencia básica. Alvin
Plantinga, un filósofo contemporáneo ha popularizado la idea de que para el
cristiano la creencia en Dios es tan básica como las creencias mencionadas
anteriormente; por ejemplo, “yo existo”. Para el cristiano, la existencia de Dios
es la esencia misma de todo conocimiento. Para él, no tiene ningún sentido
cuestionarse la existencia de Dios, ni tampoco se siente sujeto a ninguna
obligación ética de contar con pruebas de Su existencia antes de creer en Él.
Que Dios no exista se ha convertido en una imposibilidad, no porque carezca de lógica
(como un círculo cuadrado), sino porque le resulta inconcebible (sería
equivalente a pensar en que él mismo no existe). En síntesis, la existencia de
Dios debe ser autoevidente. Es difícil criticar la idea de que las creencias
deberían ser verdaderas porque son evidentes por sí mismas. Un compromiso de fe que repose sobre
una verdad autoevidente sin duda conlleva el grado máximo de certeza. Como
herramienta para confirmar la verdad del cristianismo, apelar a la
autoevidencia solo convence a los ya convencidos.
El
objetivo es lidiar justamente con aquellos casos en que la verdad del
cristianismo no es autoevidente. Afirmar que el cristianismo es verdad porque
es evidente por sí mismo sería dar por sentado lo que se quiere probar. Decir
que debería ser autoevidente es una incoherencia porque la evidencia no
puede ser impuesta. En suma, aunque la autoevidencia es un ingrediente
importante en la compleja estructura de todo lo que configura el conocimiento,
por sí sola es insuficiente para demostrar la verdad del cristianismo,
porque solo puede ser admitida por quienes ya están seguros de dicha verdad.
2)
Racionalidad
Para
responder a las anteriores dificultades respecto a la autoevidencia, se
necesita algún método de conocimiento que sea verdaderamente universal. ¿Qué
podría ser más universal que la racionalidad humana básica? El segundo
componente del conocimiento que se considerará será la lógica y las deducciones
que posibilita.
Deducción
lógica
La
lógica, es un ingrediente esencial del conocimiento. En realidad, es difícil
imaginar siquiera qué significaría la propia idea del pensamiento humano si no fuera
por la lógica, que permite encadenar nuestras ideas y crear nuevas ideas
significativas. Tomemos un argumento elemental como el siguiente:
·
Si París está en Francia, luego está en Europa.
·
París está en Francia.
·
Por lo tanto, París está en Europa.
Las
primeras dos proposiciones son las premisas y la tercera es la conclusión.
Nótese que cuando concluimos que París está en Europa no nos limitamos a
calcular probabilidades. Si las premisas son definitivamente verdaderas, la
conclusión no afirma que contamos con buenas razones para suponer que París está
en Europa. Sin lugar a dudas, París está en Europa. El principio involucrado es
que cada vez que un argumento tiene premisas verdaderas y es formalmente
válido, entonces es correcto, y la conclusión debe ser tan verdadera como las
premisas. Si no fuera así, el pensamiento humano no sería otra cosa que una
colección aleatoria de palabras incoherentes.
La
geometría es un ejemplo de deducción lógica en su estado más puro. Había cierta
clase de información que venía “dada”. Podían ser definiciones, axiomas o
teoremas, así como otros datos que no se podían cuestionar. La tarea era
demostrar una conclusión en particular a partir de la información dada y conforme
a ciertas leyes racionales básicas. Recurrir a datos adicionales invalidaba la
demostración. Podemos usar la geometría como modelo para una epistemología
racional por derecho propio. En dicho caso, eso nos permitiría aplicar este
método a otras creencias para justificarlas. Necesitaríamos contar con un punto
de partida “dado”, algo sobre lo que todos estuviéramos de acuerdo; y luego podríamos
deducir la creencia en cuestión a partir de la información dada y valiéndonos
solo de un razonamiento lógico. Si es posible emplear este método en geometría,
tal vez también sirva en otras áreas. Esta epistemología se conoce como
racionalismo. Para el racionalismo, una creencia justificada es aquella que se
puede deducir lógicamente de un incontrovertible punto de partida “dado”.
El
argumento ontológico
¿Podríamos
aplicar el racionalismo a las creencias religiosas? Hay quienes argumentan que
es posible e incluso han intentado demostrar cómo hacerlo. Entre ellos, cabe
mencionar a Anselmo, un teólogo medieval, y a René Descartes, un filósofo del
siglo XVII; estos pensadores inventaron y renovaron el denominado argumento
ontológico para probar la existencia de Dios. Nos remitiremos al argumento tal
como lo presentó Descartes ya que es más simple que el razonamiento de Anselmo.
Descartes comienza recordándonos que ciertas ideas están siempre lógicamente
conectadas entre sí. Por ejemplo, no puedo concebir una montaña sin un valle y
un triángulo será siempre un objeto geométrico con la propiedad de que la suma
de sus tres ángulos internos es siempre 180 grados. En filosofía, para expresar
esta relación se dice que algunos conceptos (por ejemplo, las montañas) implican
necesariamente otros conceptos (por ejemplo, los valles). Descartes postula
como un hecho dado la idea de que Dios está siempre asociado a la idea de
reunir todas las perfecciones.
La
palabra perfección, en este contexto, tiene un significado diferente al uso
común. Podemos definirla técnicamente como una propiedad positiva que es
intrínsecamente mejor tenerla que no tenerla, o -menos técnicamente- aquello
que siempre hace bien a las cosas. Podríamos decir, entonces, que el concepto
de Dios es diferente porque Dios debería reunir todas estas perfecciones y las
debería poseerlas de manera ilimitada. Según Descartes, la “existencia” es una
de estas perfecciones. El filósofo parte de la suposición de que es
intrínsecamente mejor existir que no existir. Por lo tanto, la “existencia”
debe ser una de las perfecciones que le atribuimos a Dios. Ahora tenemos
suficiente información para sacar una conclusión a partir de dos premisas
fuertes.
·
Dios, por definición, tiene todas las perfecciones.
·
La existencia es una perfección.
·
Por lo tanto, Dios existe.
Este
argumento rara vez (o nunca) gana adeptos en la primera lectura. La mayoría de
las personas, llevadas por su instinto, reaccionan contra la posibilidad de
probar la existencia de Dios en tres pasos tan simples. El razonamiento, tal
como está planteado, es formalmente válido. No hay ninguna falacia, no hay ninguna
petición de principio, no da por sentado lo que quiere probar.
Este
argumento adopta diversas variantes. Las dos versiones de Anselmo plantean lo
mismo, pero lo expresan de diferente manera. Asimismo, hay algunos filósofos
contemporáneos que defienden versiones complejas del argumento ontológico.
Entre ellos, Alvin Plantinga, quien al principio criticó todas las variantes de
este argumento, pero luego elaboró su propia versión. No existe ninguna razón
que nos impida probar la existencia de Dios en tres pasos. Debemos resistir la
tentación de desechar un argumento racional por el simple hecho de que
funciona.
Evaluación
del argumento ontológico
Como
solo estamos usando este argumento con fines ilustrativos, no necesitamos
internarnos en una extensa discusión de todos sus méritos y defectos. Por lo
pronto, nos limitaremos a mostrar que es inadecuado si se lo considera solo en
términos de racionalismo puro. Planteemos dos preguntas.
Primero,
¿contamos con un punto de partida universalmente dado? En el contexto de este argumento,
esta pregunta significa: ¿la idea de que Dios por definición reúne todas las
perfecciones es aceptada por todo el mundo? La respuesta es que muchas personas
no la aceptan: es un asunto polémico, a veces incluso para quienes creen en Dios.
Por lo tanto, no es un dato “dado” como lo requiere la epistemología. Es cierto
que tal vez podamos presentar un argumento convincente a favor de la idea de
que un ser completamente perfecto es una posibilidad aceptable. Sin embargo,
esa sería la conclusión de un argumento, dejaría de ser un dato dado. Habría
que aceptar un concepto en particular antes de poder comenzar con este
argumento.
Segundo,
¿el argumento se desarrolla solo por deducción lógica? Nuevamente, la respuesta
es no. Lo más relevante es la proposición extremadamente dudosa de que la
existencia es una perfección. Muchos filósofos la admitirían, pero muchos otros
seguirían a Emanuel Kant y dirían que la existencia no es una perfección, dado
que ni siquiera es una propiedad. La existencia significa que las propiedades son
reales; no agrega por sí sola ninguna otra propiedad. En cualquier caso, sea
quien sea que esté en lo cierto, es evidente que se trata de una cuestión metafísica
discutible y, por lo tanto, no sirve como punto de partida dado para una
deducción lógica. Como en el caso anterior, el argumento ya supone ciertas convicciones
para ser aceptable.
Esta
es la suerte que se le depara al racionalismo cuando se lo aplica a la verdad
religiosa. Aunque promete mucho en cuanto a objetividad y universalidad, el
racionalismo al final sufre los mismos inconvenientes que la autoevidencia:
como argumento, está limitado a los iniciados, los ya convencidos. Como no es
posible identificar un dato dado, el razonamiento inevitablemente no dependerá
de la simple deducción lógica y requerirá información adicional. Por lo tanto,
aunque la racionalidad es un componente indispensable del conocimiento, no
tiene suficiente fuerza para probar la verdad cuando se trata de asuntos
trascendentales como la existencia de Dios.
3) Información
de los sentidos
¿Por
qué no basarnos en que gran parte de nuestro conocimiento está fundado en la
experiencia sensorial? Muchos filósofos, entre los que se encuentra
Aristóteles, han postulado que el conocimiento significativo comienza con esta
facultad.
Empirismo
Tradicionalmente
los sentidos son cinco: visión, olfato, oído, gusto y tacto. Podemos comenzar
con la simple afirmación de que accedemos a gran parte de nuestro conocimiento
directamente a través de estos sentidos. Sería absurdo cuestionar esta
afirmación, ya que la obtuvimos mediante nuestros sentidos, porque la leímos o
la escuchamos. Es indiscutible que el conocimiento incluye en gran medida un componente
sensorial. Podemos, entonces, comenzar a considerar la posibilidad de que este
componente sea una prueba de su validez. Necesitaremos ahora realizar una
observación sensorial para luego inferir algo a partir de ella; sin embargo,
debemos distinguir entre aquellos casos limitados de experiencia sensorial
directa que mencionamos en el contexto de la autoevidencia y este método más
complejo. En su momento, nos referimos a sensaciones como un dolor de cabeza,
que podría ser lo más próximo a una sensación primitiva; ahora, se trata de
información obtenida de los sentidos, pero menos directamente. De alguna manera,
los datos han sido procesados. Por eso hablamos de observaciones, no de meras
impresiones sensoriales; y no tenemos realmente conocimiento mientras no
hayamos inferido algo a partir de nuestras observaciones. Esta manera de probar
la verdad de un conocimiento se llama empirismo. Podemos afirmar que en el
empirismo una creencia está justificada si es una inferencia válida de una observación
sensorial.
Por
supuesto, este tipo de conocimiento es la esencia misma de las ciencias
naturales (así como de algunas corrientes de las ciencias sociales). Ya se
trate de biología, química, física o de cualquier otra disciplina, la
investigación científica se centra en observaciones que tienen una
particularidad: en principio, deben ser reproducibles. Si alguna vez lee un
artículo en una revista científica profesional, verá que hay mucho espacio
dedicado a describir la metodología utilizada por el científico y los resultados
obtenidos, mientras que los comentarios sobre la importancia y repercusiones
del experimento suelen ser muy breves. En teoría, cualquier persona debería
poder reproducir el experimento y obtener los mismos resultados. En principio,
para que un experimento sea considerado válido, deberíamos estar en condiciones
de confirmar los resultados de un científico, en las mismas condiciones y con
los mismos recursos. En 1989 hubo una gran controversia en el mundo científico
sobre dos investigadores asociados a la Universidad de Utah que alegaban haber
descubierto la fusión en frío con valor comercial. Lamentablemente, sus
investigaciones no pudieron ser reproducidas y, por lo tanto, su validez científica
era nula. Esto no significa que los científicos profesionales siempre sigan el
“método científico”, según la definición que usted tal vez memorizó en un curso
de ciencias en la secundaria. En la práctica, la investigación científica tiene
un grado de flexibilidad mayor que la prescrita por una serie rígida de procedimientos
que avanza de una hipótesis a una teoría, y de allí a una ley. Los experimentos
y las observaciones de campo tienden a confirmar los resultados específicos que
se esperaba obtener, pero lo importante es que, independientemente de cómo se
describa este método, la observación es fundamental. La ciencia es un
conocimiento basado en el empirismo: una serie de inferencias derivadas de la
observación.
El
argumento teleológico
¿Es
posible usar una epistemología empírica para validar una creencia religiosa?
Consideremos uno de los intentos, nuevamente vinculado a la cuestión de la
existencia de Dios. Fue sugerido por William Paley, quien en el siglo XIX
defendió un argumento denominado el «argumento teleológico». El argumento de
Paley comienza con la observación de que en muchos sentidos el universo se
asemeja a un reloj. A partir de allí, por analogía, se infiere que diversas
cosas que son verdad en el caso de un reloj deben ser también verdaderas para
el mundo, en particular, la propiedad de tener un hacedor. Para ser más
específicos, Paley nos invita a dar un paseo por un bosque. Supongamos que encontramos
un reloj junto al camino. Reconocemos de inmediato que se trata de un mecanismo
de mucha precisión, algo que no creció por sí solo en el bosque, sino que debió
haber sido fabricado por un diseñador inteligente. Paley dirige luego nuestra
atención al universo y nos pide que observemos que es mucho más complejo que el
mecanismo de un reloj. Todo lo que puede decirse del reloj a este respecto también
puede decirse con más propiedad sobre el universo. Si razonamos que el reloj
necesita un hacedor, mucho más debe necesitarlo el universo; llamamos Dios al
hacedor del mundo.
Es un
argumento extremadamente plausible, y ha sido usado de diversas maneras en sus
diferentes versiones. Todas apelan a la inherente improbabilidad de que algo
tan complejo como el universo sea fruto del azar. Intente el siguiente
experimento. Lleve un amigo ateo a un planetario, disfruten del programa, y
observe su asombro ante tan maravilloso espectáculo. Cuando termine, infórmele
a su amigo que el planetario y el espectáculo son simplemente fruto del azar.
Seguramente no estará de acuerdo. Señálele cuánto más se requiere que el
universo tenga un creador. Si procede de esta manera, habrá usado un argumento
teleológico similar al de Paley.
Evaluación
del argumento teleológico
Este
argumento también tiene algunas debilidades, que revelarán otras limitaciones
más generales del empirismo. David Hume, el escéptico del siglo XVIII, señaló
algunos de los problemas propios de un argumento de este tipo. No lo destruyó
con un contraargumento efectivo, pero mostró que no era suficiente para
descartar otras opciones fuera de la existencia de Dios. Podemos resumir las
reservas de
Hume
en las siguientes afirmaciones:
Primero,
sabemos que los relojes necesitan un relojero solo porque hemos visto que los
fabrican. No contamos con la misma experiencia cuando se trata de universos,
porque nunca observamos la creación de ninguno.
Segundo,
según Hume, conocemos otras cosas que no son mecanismos, pero que son complejas
y funcionan, como son los seres vivos, a saber, las plantas y los animales. No
requieren que nadie los haga, sino que existen por reproducción y crecen
orgánicamente. Tal vez, el mundo se parezca más a una planta que a un reloj. En
ese caso, no necesitaría un hacedor.
Tercero,
continuó Hume, muchas cosas son producto del trabajo en equipo de varios
individuos. No parece haber ninguna razón para descartar que el universo
hubiera sido creado por un comité de dioses.
Cuarto,
tampoco parece haber una buena razón para que el creador del universo sea
necesariamente un Dios perfecto. Es posible que el universo haya sido creado
por un dios infantil que estaba aprendiendo a crear mundos.
Quinto,
concluyó Hume, aun si aceptáramos el argumento, este no descarta de plano la
posibilidad de que la existencia del universo sea fruto del azar.
Las
cinco críticas de Hume distan mucho de ser devastadoras, pero nos permiten ver
que el argumento no es tan concluyente como desearíamos. Abren una brecha en el
método del argumento teleológico. Paley observó el universo y vio un reloj y,
por ende, un relojero. Hume observó el mismo universo y, al menos a los efectos
de su argumentación, vio una planta que acababa de nacer. La propia observación
ya está sujeta a interpretación. Lo que observamos está determinado, al menos parcialmente,
por lo que esperamos ver. No hay que ser relativista para darse cuenta de que
las percepciones son selectivas y a menudo altamente subjetivas. Deje de leer
por un momento y preste atención a los diferentes ruidos de fondo que su mente
filtró en los últimos minutos (gente, máquinas, vehículos, el aire
acondicionado, la calefacción, su respiración, los
sonidos naturales del ambiente). En cualquier momento dado, nuestras observaciones
son muy selectivas y enfocadas. Ahora que retomó la lectura, se dará cuenta de
que nuestras mentes son altamente eficaces para dirigir nuestras observaciones.
Debemos,
por ende, descartar la idea de que nuestras observaciones constituirían datos
primarios neutrales que todos podríamos usar para obtener la misma información.
Nuestras observaciones ya dependen de cómo nos posicionamos para ver algo. Esta
limitación también es aplicable a la ciencia. Quienes no somos científicos
entramos en un laboratorio y no vemos lo mismo que un científico. Las observaciones
del científico dependerán en gran medida de su entrenamiento. Un químico, por
ejemplo, ingresará a un laboratorio no solo con tubos de ensayo, quemadores y
diversos elementos, sino también con la tabla periódica y muchos años de
entrenamiento y experiencia. Por supuesto, nuestro propósito no es destruir por
completo el empirismo.
Al fin
de cuentas, está en juego nuestro compromiso más básico de cómo contemplamos el
mundo. Podemos concluir, entonces, que aunque el empirismo es un ingrediente
importante del conocimiento humano, por sí solo no es suficiente para nuestra
búsqueda.
Aplicabilidad
Se ha
identificado un cuarto componente del conocimiento, especialmente propio de la
manera de pensar en Estados Unidos. Se trata del énfasis en la noción de que
todas las creencias verdaderas deben tener aplicación en la práctica. O, dicho
de otro modo, si una creencia no tiene consecuencias prácticas, no debe ser
verdadera. Un europeo quizás le diga que si esto le parece sentido común, se
debe en parte a su condicionamiento cultural estadounidense.
Pragmatismo
No
parecería razonable prescindir de todo tipo de criterio de aplicabilidad para
la verdad. Si le vendo un remedio con la promesa de que le curará todas sus
enfermedades físicas y cuando lo toma le produce dolor de cabeza, usted tendrá
buenos motivos para creer que le dije algo falso. Por otra parte, supongamos
que no puedo arrancar el auto. Viene alguien y me dice: “Se le ahogó el
carburador. Déjelo descansar una hora e inténtelo de nuevo. Entonces arrancará
sin problema”. Espero una hora, intento prender el auto y consigo hacerlo
arrancar. Me sentiré inclinado a creer que la persona tenía razón: el motor
estaba ahogado. Tal vez eso no convierta la teoría en verdadera, pero para el
caso, la consecuencia práctica fue probablemente prueba suficiente de su
verdad. Este componente particular del conocimiento también se ha constituido
en una prueba de la verdad por derecho propio. Se lo denomina pragmatismo,
y fue la posición de los filósofos estadounidenses C. S. Peirce, William James
y John Dewey. Aunque tenían diferentes intereses, estos tres pensadores
compartían la noción de que la verdad de una creencia depende de si produce un
cambio práctico en el mundo. En el pragmatismo, una creencia
justificada es aquella que tiene consecuencias prácticas que la confirman.
El
pragmatismo y la verdad religiosa
El
pragmatismo también se ha propuesto como una prueba exclusiva de la verdad
religiosa. El ejemplo a continuación proviene del campo de la teología de la
liberación en América Latina. El teólogo Juan Luis Segundo observa la
intolerable situación social en América Latina y concluye que se necesita una
ideología que afirme la persona humana, la justicia y la comunidad. Él la
encuentra en las creencias tradicionales de Dios como Trinidad: tres personas
que son un Dios. Su planteo es que solo alguien que conozca a Dios y a Dios en
tres personas puede conocer correctamente a los seres humanos en relación entre
sí. Segundo cree que el Dios cristiano es verdad, no por razones
independientes, sino porque le aporta las creencias necesarias para producir
los cambios sociales que él desearía. Los resultados prácticos de estas
creencias se convierten en el sello de su verdad.
Evaluación
del pragmatismo como abordaje a la verdad religiosa
La
mejor manera de criticar el enfoque pragmático a la verdad es leyendo a los
propios pragmatistas, porque lo que para una persona es un resultado favorable
no necesariamente lo será para otra. William James estudió este fenómeno y
decidió que, como diferentes creencias pueden “funcionar” para diferentes
personas, cabe la posibilidad de que lleguen a ser verdaderas dos creencias mutuamente
excluyentes; una vez más, caeríamos en el relativismo. Por su parte, John Dewey
se fijó en las necesidades de nuestra sociedad y argumentó a favor de una “fe”
puramente secularizada y atea. El asunto es que, según el criterio de verdad de
los pragmáticos, es posible defender casi cualquier cosa como verdad, siempre y
cuando “funcione”. Además, el criterio pragmático no se armoniza del todo con
lo que pensamos intuitivamente que debería ser la verdad.
Imaginemos
que una persona lleva una vida desordenada y, como consecuencia, no ha logrado mucho
en la vida. Supongamos que esta persona recibió unos cientos de dólares, pero
se los roban y no por ningún descuido suyo. Sin embargo, él no lo sabe; y
piensa que, como es tan desordenado, debió dejar el dinero en algún lado, pero
que no recuerda dónde. Entonces piensa: “Esto
ya no puede seguir así. Perdí mi dinero por ser tan descuidado. A partir de
hoy, voy a ser más ordenado y cuidadoso, para que no me vuelva a suceder lo
mismo”. Cumple su palabra, y a los diez años es presidente de una gran compañía.
Creer que había perdido el dinero por ser desordenado le sirvió. Esa creencia
produjo cambios positivos e importantes en su vida, pero no era verdad. La
verdad es que le habían robado el dinero, aunque él nunca se hubiera dado
cuenta.
La
verdad no cambia a pesar de las creencias de ese hombre sobre lo sucedido y las
consecuencias prácticas que ellas tuvieron. Vemos que tenemos una conceptualización
básica de la verdad que el pragmatismo no contempla. Que una creencia “funcione”
en la práctica es un aspecto importante del conocimiento, pero el pragmatismo
como criterio de verdad es insuficiente.
Como
vemos, estudiamos cuatro epistemologías, encontramos que todas tienen puntos
dignos de consideración, y luego las descartamos. Mostramos que eran
insuficientes por sí solas para validar la verdad religiosa. Cada una de ellas
cumple un papel en la tarea bastante compleja de validar la verdad de las
creencias religiosas, pero no es posible depender exclusivamente solo de una. No
obstante, esto nos conduce a la observación de que necesitamos pensar en el conocimiento
como un gran sistema con muchos componentes. Una creencia nunca se presenta
aislada, sino siempre unida a otras creencias y predisposiciones.
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