ATEÍSMO - PROBLEMAS INTERNOS
ATEÍSMO – PROBLEMAS INTERNOS
Definamos el ateísmo como la negación de cualquier tipo
de Dios, y no solo la negación del Dios del teísmo como lo definimos más
arriba. Para el ateo, no hay ningún ser supremo. Lo único que hay es el mundo.
Un ateo famoso fue Jean-Paul Sartre, el filósofo
existencialista francés, quien describió su obra como el desarrollo consistente
de un pensamiento filosófico a partir de la premisa básica de que Dios no
existe. Según Sartre, estamos solos y debemos decidir qué hacer con nuestra
vida sin someternos a ninguna autoridad externa que nos presente una norma
preestablecida a la que debamos conformar nuestra conducta.
El ateísmo presenta tres problemas graves: No se puede
demostrar, es contrario a la naturaleza humana y toma “prestado” los valores
propios de otras cosmovisiones. A continuación, describimos estos problemas uno
por uno.
El ateísmo no se puede
demostrar
Es prácticamente imposible probar una negación. Por
ejemplo, ¿cómo podría demostrar que los unicornios no existen? Tengo dos
opciones disponibles. Tendría que demostrar que exploré exhaustivamente las
posibilidades de encontrar un unicornio y que todas resultaron inequívocamente
infructuosas; o podría intentar mostrar que la existencia de unicornios es lógicamente
imposible. Si no puedo hacer una u otra demostración, no tengo derecho a
afirmar dogmáticamente que los unicornios no existen.
Lo mismo sería cierto de cualquier intento de refutar la
existencia de Dios. El ateo tendría que demostrar que agotó todas las posibles
vías de conocer que Dios existe y que todas fueron negativas. Ningún ser humano
está en condiciones de hacer tal afirmación, porque nuestro conocimiento es
siempre finito. Otra posibilidad sería que el ateo decidiera demostrar que la
idea de Dios es lógicamente imposible; por ejemplo, que fuera
autocontradictoria. Algunos ateos han optado justamente por intentar esta
demostración, aunque sin éxito. En todos los casos debieron comenzar con una
premisa muy cuestionable que ellos inventaron con el único propósito de
prescindir de la idea de Dios. Por ejemplo, Kai Nielsen razona como sigue:
1.
Se supone que Dios es un ser inmaterial (espiritual). No
tiene un cuerpo.
2.
Se supone que Dios es un ser que realiza determinadas
acciones.
3.
Nuestra única noción inteligible de acciones está
asociada a seres materiales (dotados de un
4.
cuerpo).
5.
La idea de que un ser inmaterial realice acciones es
incoherente.
6.
Por lo tanto, la idea de Dios es incoherente.
7.
Por lo tanto, no puede haber un Dios.
¿Por qué deberíamos aceptar la tercera premisa? Para los
creyentes, la idea de acciones espirituales realizadas por un Dios es
perfectamente inteligible. El único motivo que podríamos tener para aceptar la
tercera premisa como cierta sería si quisiéramos demostrar que Dios no existe.
Sin embargo, eso sería una flagrante petición de principio. Si Dios existe, las
acciones espirituales deben ser coherentes. Otros intentos por demostrar la
imposibilidad de la existencia de Dios son igual de controvertibles. Es
imposible demostrar el ateísmo. No es más que una afirmación no verificada. A
eso se reducen los escritos de Sartre. Ahora, una creencia no es falsa
simplemente porque todavía no se ha probado que sea verdadera; pero estas
consideraciones seguramente debilitan la confianza de todo el que crea que se
ha demostrado que ya nadie puede creer en Dios. Nada de eso ha ocurrido.
El ateísmo es contrario a la
naturaleza humana
Cuando Sartre hablaba de su ateísmo, se refería a la
necesidad humana de librarse de una inclinación natural a creer en Dios.
Admitió que él mismo había sentido la necesidad de Dios. Sartre no es el único.
Muchos escritos ateos dan testimonio de una necesidad básica de algo
trascendente. Por supuesto, no basta con apelar a la cantidad de personas que
dicen creer en Él para probar la existencia de Dios. Nuestro objetivo no es
probar la existencia de Dios, sino desacreditar la negación de Su existencia.
El argumento es como sigue: Es evidente que hay una necesidad humana universal
de Dios. Una necesidad real exige una realidad objetiva que la satisfaga. La
carga de la prueba de que dicha realidad no existe reposa en el ateo, quien aun
en su propia vida demuestra la necesidad de esta realidad. Dicha prueba, como
acabamos de ver, es imposible de aportar.
Cabe realizar una acotación sobre la denominada teoría
proyectiva de la creencia en Dios, la idea de que creer en Él es producto de la
inventiva de los seres humanos, quienes proyectan todas sus idealizaciones
sobre un ser supremo. Esta doctrina, originada por el filósofo del siglo XIX
Ludwig Feuerbach, fue popularizada por Sigmund Freud. La esencia de este
argumento es que, como creer en Dios puede entenderse como una invención
humana, es posible concluir que este Dios no es más que una fantasía y que, por
lo tanto, Dios no es real.
Basta una somera reflexión sobre el argumento de la
proyección para revelar su impropiedad. Descansa sobre la suposición de que
como la idea de Dios puede ser una proyección de las aspiraciones
humanas, Dios no es otra cosa que esa proyección. Esto no tiene lógica. Los
seres humanos bien pueden proyectar sus ideas sobre algo que efectivamente
existe. Por supuesto, esta refutación tampoco prueba la existencia de Dios,
pero sí demuestra la improcedencia del argumento en contrario.
El ateísmo toma “prestados”
sus valores y no cumple sus compromisos.
Tradicionalmente, la gente se basa en sus creencias
religiosas para justificar sus valores. Según el teísmo, Dios es el origen de todos los
valores; en Dios encontramos la verdad, la belleza y los estándares morales. Un
juicio apresurado podría llevarnos a concluir que si no creemos en Dios, no
podemos tener valores. Iván, en Los hermanos Karamazov, declara que como
no hay Dios, todo es permisible. Sin embargo, no hay ninguna razón en
particular para que esto sea cierto. Los ateos pueden tener valores y para
justificarlos se valen de diversos fundamentos. La verdadera cuestión es cuán
plausible pueden ser dichas justificaciones. Un ateo podría decir: “yo
justifico mis valores sobre la base de la naturaleza humana”; o, “yo justifico
mis valores sobre la base del progreso evolutivo”, y luego explayarse para
explicar cómo este entendimiento de la naturaleza humana o la evolución le
permiten justificar los valores. ¿Hay algo inherente en la naturaleza humana
que nos obligue a actuar de una manera en particular?
El problema del ateo se plantea en dos planos de
pensamiento. Primero, si admitimos esta cosmovisión, los valores de vida de un
ateo solo pueden ser arbitrarios. Si Dios no existe, este universo material
solo sería producto de la interacción entre el tiempo y el azar. Las así
denominadas leyes no son otra cosa que generalizaciones estadísticas sobre cómo
opera el universo, sin ninguna garantía de que siempre debería ser así. Este
destino fatal se cierne también sobre la persona atea en su afán por encontrar
sentido y valores en el mundo. Cornelius Van Til lo ilustra con una imagen muy
apta:
Supongamos que pudiéramos imaginar un ser humano hecho de agua dentro de un
océano infinitamente vasto e insondable. Como desea salir del agua, se arma una
escalera de agua. La coloca sobre el agua y contra el agua y luego intenta
escalarla para salir del agua. Así de desesperanzador y sin sentido es el
panorama… si partimos de la premisa de que lo único que hay es el tiempo y el
azar.
Si el universo está gobernado por el azar, no cabe
esperar otra cosa que sucesos aleatorios. El problema del ateo concerniente a
los valores persiste aun en un nivel más profundo. Supongamos, a los efectos
del argumento, que el ateo tiene un conjunto confiable de leyes sobre el
universo, que le permiten anunciar con la más absoluta exactitud cómo son las
cosas. Todavía no habría ninguna razón para explicar por qué las cosas son como
son. Hablar sobre valores implica que algunas cosas son preferibles a otras, y
los valores nos permiten establecer cómo deberían ser las cosas, no solo como
son efectivamente. Si las cosas toman una dirección, nuestros valores nos dicen
que tal vez deberían ir en otro sentido. Por ejemplo, la mayoría de los padres
enseñan a sus hijos que solo porque todo el mundo haga algo, no significa que
hacerlo esté bien. Si descubriéramos que parte del proceso evolutivo fuera un
deseo irresistible de torturar a los gatos, no concluiríamos que todos
deberíamos torturar a los gatos.
Hay un conjunto de hechos que no necesariamente implican
una obligación moral. Para expresar esta idea, los filósofos establecen que no
se puede llegar a un “debería ser” a partir de un “es”. Las obligaciones
morales son enunciados del tipo “debería ser”. Nos informan sobre un deber o un
mandato al que estamos sometidos. Una descripción de lo que “es” no implica
necesariamente lo que “deberíamos” hacer, siempre y cuando no introduzcamos
subrepticiamente una premisa del tipo “debería ser”. Por ejemplo, una
descripción de la situación de hambre en el mundo por sí sola no nos obliga a
hacer algo al respecto; necesitamos que se nos diga que este tipo de situación
exige nuestra ayuda.
El ateo comete la falacia de intentar obtener un “debería
ser” a partir de lo que “es”. Procura justificar las leyes morales prescriptivas
a partir de datos descriptivos. El ateo persigue un código moral
obligatorio sin nada que lo haga obligatorio. Para tener mandamientos, es
necesario que de algún modo alguien o algo los establezcan, pero en el sistema
ateo dicha posibilidad no tiene cabida. Por supuesto, los ateos, como el resto
de los seres humanos, se rigen por ciertos valores establecidos, pero toman
estos valores “prestados”, los toman del teísta, en cuyo sistema surgieron.
Para el ateo, cualquier afirmación de la existencia de valores objetivos no es
más que una salida irracional.
Francis Schaeffer describió el problema del ateo en los
siguientes términos. En el plano del pensamiento racional, los ateos están
acorralados por las conclusiones ineludibles de su filosofía, las que solo
pueden arrastrarlos al sinsentido y, eventualmente, a la angustia. Para salir
de su atascadero se ven obligados a dar un salto irracional y adoptar valores a
los que no tienen derecho. Podemos ilustrar esta situación con el siguiente
esquema:
Nivel superior: Verdad, sentido y valores adoptados
irracionalmente.
Nivel inferior: Conclusiones lógicas de la cosmovisión
atea: ausencia de verdad, ausencia de sentido, falta de valores
En síntesis, el ateo es un ser humano obligado a vivir
conforme a la verdad, el sentido y los valores. Sin embargo, la cosmovisión del
ateísmo no está en condiciones de proveer la verdad, el sentido y los valores;
los ateos solo pueden tener estas cosas desde fuera de su cosmovisión. Por lo
tanto, el ateísmo es intrínsecamente inviable. Es imposible vivirlo en la
práctica
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